domingo, 12 de octubre de 2008

BIOGRAFÍA


Jaliciense, como Juan Rulfo y miembros ambos de la generación de escritores que transformó la literatura mexicana y puso dentro del panorama mundial, Juan José Arreola fue el escritor que con mayor libertad permitió que la imaginación se desbordara de su causes y consiguió una escritura que se apropia de las convenciones genéricas para trastocarlas y dar vida a una literatura novedosa y sorprendente. Borges dijo que "desdeñoso de las circunstancias históricas, geográficas y políticas, Juan José Arreola, en una época de recelosos y obstinados nacionalismos, fijó su mirada en el universo y en sus posibilidades fantásticas"; también dijo que aunque nació en México en 1918, "pudo haber nacido en cualquier lugar y en cualquier tiempo". En una época que nuestro país se decidía por el realismo y las tendencias la literatura de la tierra, Arreola, sin desdeñar realmente esos temas, construyó alegorías universales de la vida nacional.La narrativa de Arreola fue durante un largo tiempo un problema para los especialistas en literatura. Sin afiliarse a un movimiento, ni siquiera a una vanguardia específica, fue una apuesta por la imaginación y el ludismo. Por otra parte, el sentido del humor y las formas de la ficción breve que cultivó Arreola condicionaron durante un tiempo que su literatura fuera vista con recelo. Sin embargo, en cuentos como "El guardagujas", "La migala", "El miligramo prodigioso", "Baby H.P.", "Botella de Klein" es posible encontrar las huellas que dieron origen a una nueva tradición de literatura mexicana. De hecho, la importancia de Arreola en el campo de la legitimación de la ficción breve para el canon de la gran literatura apenas se empezó a reconocer hace unos diez años.
Otro de los terrenos en que Arreola se apartó de la práctica usual de la literatura mexicana fue en asumir los retos que plantea hacer literatura de imaginación. En la narrativa de Arreola el absurdo, lo fantástico, lo alegórico se unen en estructuras entretejidas de ironía y simbolismo. El compromiso de escribir literatura mimética pude ser representar adecuadamente el mundo, pero el de escribir literatura fantástica es representar adecuadamente los sueños, dejar entrever por las fisuras que la realidad ofrece un mundo más terrible o más brillante, pero menos monótono. Es también permitir que la realidad deje de ser para que signifique. En "El guardagujas", horrible y festiva caricatura de una realidad nacional sin rumbo, se han querido ver las huellas de Kafka. Puede ser verdad, el absurdo y la aceptación monocorde del destino, la falta de sorpresa y de reacción ante una realidad que nos rebasa y nos destruye están presentes, pero creo que Kafka nos hace llorar y Arreola sonreír.
Y, para todos aquellos que aún creen que la literatura fantástica es una forma de evasión, existe la respuesta de "El prodigioso miligramo" en el que un objeto, al parecer completamente inútil, se convierte en el eje del mundo, donde la fe y la humildad son suficientes para justificar la transmutación y conmocionar los cimientos del mundo y donde, al olvidarse los fundamentos de esa misma fe, las formas más espúrias de la imitación destruyen toda posibilidad de subsistencia. Hay quienes recordaran a Juan José Arreola cómo quien rompió con las estructuras tradicionales de la literatura mexicana; hay quienes lo pensaran como un escritor del boom latinoamericano (otros, haciéndose eco de él mismo, como un insubordinado del boom; Borges lo consideró un no afiliado a los "ismos"), pero todos lo recordaremos como un gran escritor, tal vez el mejor escritor de ficción breve de México. Hay recuerdos que no pueden apagarse pasé lo que pasé. Arreola ya no es una presencia o una señal, pero sigue siendo una luz en la memoria. Lo recordaremos como uno de los tres grandes escritores de Jalisco, como el último juglar, o como el primero que le abrió las puertas de la imprenta a escritores Carlos Fuentes o a Elena Poniatowska; lo recordaremos por sus intervenciones, afortunadas o no, en la televisión, lo recordaremos por las no por eruditas menos entretenidas charlas que sostenía con Antonio Alatorre, pero, sobre todo lo recordaremos como aquel vario y prodigioso ingenio capaz de alegrar la visión de Kafka.

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